sábado, 23 de enero de 2010

Rearme entre las Naciones: Terrorismo, Percepciones y Amenazas en la Era post 11S


Por N.E. Tomaz, estudiante de Gobierno y RR II de UADE.


Resumen



El presente trabajo busca analizar el impacto de la administración Bush II en su accionar frente al terrorismo internacional. La expansión y unilateralidad norteamericana como represalia al 11-S dan cuenta a Rusia, China e India de la presencia de la superpotencia sobre sus esferas de influencia. Esto ha resultado en una percepción de amenaza que determina que dichas potencias sean conscientes de la injerencia norteamericana en Medio oriente e intenten cambiar la distribución de poder existente mediante el rearme militar. Asimismo, un doble dilema de seguridad ha emergido en el escenario asiático. Por lo tanto, se analizará cómo el accionar terrorista ha logrado influir en las percepciones de los grandes poderes y en la determinación de sus estrategias de seguridad.

Introducción


La globalización es generalmente definida como el conjunto de cambios que desde hace casi tres décadas el mundo vive en materia de avances tecnológicos e integración de bloques económicos regionales. Algunos autores utilizan otras denominaciones, como ser “la era de la información”, debido al progreso científico y tecnológico evidenciado en esta área (Nye, 2004).
En un momento de constantes cambios y alteraciones producto del fenómeno globalización, cada evento que afecte la seguridad en cualquier punto del planeta resulta un agravante para la seguridad internacional en sí. Ya sea mediante el uso de las herramientas tecnológicas o de los avances en las telecomunicaciones, cualquier actor puede influenciar en las percepciones y decisiones del resto de los jugadores del sistema.


Sin embargo, en lo que concierne a Seguridad Internacional, este fenómeno también ha permitido una contraparte negativa: la emergencia de las conocidas nuevas amenazas. El abrupto ascenso de este tipo de amenazas ha permitido la irrupción de numerosos grupos terroristas en el escenario mundial. El impacto del terrorismo como fenómeno internacional es un factor determinante para las estrategias de defensa y seguridad de gran parte de los Estados de la comunidad internacional, en especial de la superpotencia afectada durante los sucesos del 11 de septiembre de 2001: los Estados Unidos. Debido a ello, la globalización de hoy en día es una condición útil para grupos criminales que buscan atentar contra la estabilidad de la seguridad internacional.

A partir del 11-S, como retaliación a los atentados terroristas al Pentágono y al World Trade Center, la Administración de George W. Bush ha declarado la Guerra Mundial contra el Terrorismo. Esta represalia significó una injerencia de las tropas norteamericanas en cada zona inestable o que se considerara amenaza para sus intereses, en pos de ingresar y atacar a la fuente de peligros. Este accionar literalmente a escala mundial consistió en arremeter contra los grupos, organizaciones e incluso gobiernos que apoyasen efectivamente a terroristas (Bush, 2002: 5).
De esta manera, la estrategia norteamericana afectó a las percepciones de la comunidad internacional y, en especial, a los grandes poderes (Buzan, 2005). Ya que al intentar combatir el terrorismo, las naciones notaron que los Estados Unidos estaban afectando también sus respectivas zonas de influencia.

Mediante la categoría de Grandes Poderes, Potencias de segundo orden, o Poderes emergentes consideraremos de aquí en adelante a Rusia, China e India.

El presente trabajo de investigación se propone analizar los cambios que han surgido a nivel de las percepciones de los grandes actores que juegan en la competitiva arena internacional. La relación EEUU – grandes poderes ha variado desde lo que se consideraba como hegemonía benigna durante la década de los noventa (Kupchan, 1998), al accionar que hoy se define como expansión (Snyder, 2003; Mearsheimer, 2005), hegemonía beligerante (Battaleme, 2008), primacía global (Fakiolas, 2007), ambición imperial (Ikenberry, 2002); todas concepciones negativas acerca del accionar norteamericano dentro del plano internacional. Estas alteraciones son, en definitiva, producto de la represalia norteamericana al fenómeno transnacional que conforma el terrorismo y de las pretensiones imperiales de la elite neoconservadora.

El 11-S se constituyó como un hito que marcó un punto de inflexión en cuanto a las percepciones –propias de los Estados más relevantes- respecto de los EEUU y de ellos mismos. Esto se debe a que cada uno de estos actores, en especial la superpotencia, han implementado diferentes estrategias para combatir la criminalidad que supone el fenómeno terrorista, sin considerar las consecuencias que podrían llegar a sufrir otros Estado. La violación del derecho a la soberanía o de la integridad territorial de otro Estado, e incluso el actuar desenfrenadamente haciendo caso omiso a decisiones de determinadas instituciones internacionales –es decir, decisiones multilaterales- incidieron efectivamente en el cambio de percepciones.

Uno de los objetivos de este análisis es brindar una descripción del doble dilema de seguridad que emerge en el escenario asiático: tanto entre EEUU-Grandes poderes, como la situación de competencia por el liderazgo regional entre Rusia, China e India. Estos tres países han sido catalogados como potencias emergentes, las cuales comparten características comunes –aunque no equitativas- como ser el desarrollo a nivel militar, los proyectos nucleares, la relevancia extra regional y el crecimiento económico[1].

Para definir las unidades de análisis, utilizaremos la clasificación de Barry Buzan. El autor sostiene que las capacidades militares y económicas no deben ser medidas por separado, ya que el ranking de Estados poderosos depende de la acumulación de los elementos del poder nacional[2] en conjunto (Buzan: 2004). Para ser considerado un Estado poderoso, debe existir cierto equilibrio entre todos los recursos que dicha nación posee. Buzan considera necesario realizar una distinción entre los conceptos de Superpotencias, Grandes Poderes (o grandes potencias) y Poderes Regionales (los cuales no se definirán en el presente trabajo por no presentar relevancia al análisis presentado).

Superpotencias son aquellos Estados que poseen capacidades militares y políticas de primera clase, y un sistema económico que permita sostener tales capacidades. Son jugadores clave en el sistema, son reconocidos como tales, y tienen acceso e influencia en cualquier parte del planeta. Un Hiperpoder seria una superpotencia percibida de manera crítica por su singular accionar y comportamiento, pero no utilizaremos esta definición en el presente trabajo. En la actual configuración sistémica, solo los EEUU cumplen con esta categoría.

En referencia a los Grandes Poderes –las unidades de análisis de la presente ponencia- son Estados que operan en más de una región, además de ser reconocidos por sus pares en base a la presente y futura distribución de poder que tiene a su favor. Buzan considera dos tipos: los grandes poderes en ascenso –China- o los que previamente habían sido superpotencias y están en descenso –Rusia después de la disolución de la URSS-. En el presente informe, también se considerará a India en esta clasificación, en razón de sus crecientes capacidades.

El desarrollo de estas naciones se encuentra a la expectativa, ya que el presente es un escenario en el cual la lucha antiterrorista –sumado a la estructura de por sí anárquica- deja lugar a la incertidumbre: no se puede determinar si el accionar de uno u otro Estado es intencionado a combatir la amenaza terrorista, o solo a mantener (por parte de EEUU) o cambiar (por parte de las grandes potencias) la actual distribución de poder.

De esta manera se intentarán describir las percepciones de amenaza de las potencias emergentes, determinando una relación con los actuales niveles de rearme militar.

El presente trabajo pretende brindar no sólo un examen de las percepciones de los jugadores más poderosos del sistema internacional, sino de las estrategias que han implementado. Por lo tanto, se intentará explicar que, en el transcurso de la era post 11-S, tanto el terrorismo como la consecuente unilateralidad norteamericana se han proyectado como amenazas a los grandes poderes, los cuales buscan hacer frente a estas amenazas, principalmente, a través del rearme militar.


Percepciones previas al 11-S: EEUU y su Hegemonía Benevolente

Las percepciones que tienen los Estados respecto de sus pares determinan y establecen los lazos que se definirán entre ellos. En cuanto a la Unipolaridad benigna, Kupchan la define como la estructura jerárquica en la cual el centro de poder norteamericano ejerce influencia sobre una periferia débil, explicando que esa configuración unipolar es la que determina el contexto pacifico, en lugar de las instituciones internacionales, regímenes democráticos o la globalización (Kupchan, 1998). La señalada relación jerárquica se constituye por medio de negociación-auto restricción por parte del núcleo y plegamiento voluntario por parte de Estados periféricos, y no a través de la coerción; las periferias participan entonces de una relación voluntaria con el poder americano.

Durante la década de los noventa, las relaciones entre los grandes jugadores del sistema internacional –EEUU vencedor de la Guerra Fría y algunos poderes importantes, como ser Rusia, Alemania, Japón o China (Layne, 1993: 5)- comenzaron a regirse bajo el nuevo orden mundial y la denominada comunidad internacional. Esto significó que los resultados de dichas percepciones han sido decisiones estatales encaminadas no al desarrollo desmedido y competitivo de industrias armamentistas por parte de dichos Estados, sino al establecimiento de un ambiente pacífico mediante reglas de juego que incluían a gran parte de los actores.

Evidentemente, la resultante configuración unipolar se convirtió en todo un desafío y un factor novedoso para las naciones: nunca antes en la historia de la humanidad los dividendos de poder habían resultado tan dispares como luego de la Guerra Fría (Krauthammer, 2002). Los mismos expertos no coincidían si tal configuración desencadenaría en una multipolaridad (Mearsheimer, 1990; Layne, 1993), en una uni-multipolaridad (Huntington, 1998) o si el sistema seguiría liderado por un único centro de poder.

Debido a las percepciones de Hegemonía Benevolente –sumadas a la insuficiente cantidad de recursos- por parte de los Estados más poderosos (Rusia en declive y China en ascenso, entre otros), estos no intentaban práctica alguna para balancear el poderío norteamericano, por lo menos no desafiando su poder dentro del plano militar.

El paradigma vigente durante dicho periodo, el liberalismo, que clamaba por el fin de los conflictos que se suscitaban a nivel interestatal (Mearsheimer, 2001: 1), enfatizaba el factor cooperativo e institucional como la nueva máxima de los Estados operantes dentro del sistema. Los Estados parecían estar conformes con el nuevo sistema, ya que se suponía que la unidad de los mismos con el único polo de poder mundial iba a permitir un equilibrio de fuerzas. De esta manera, la hegemonía que suponía el liderazgo de los EEUU era percibida por los demás actores como benigna (Kupchan, 1998), ya que la superpotencia, en ojos de la comunidad internacional, trataba de mantener la paz y estabilidad del escenario, incluyendo a los derrotados de la contienda bipolar (Battaleme, 2008: 36).

Desde el punto de vista realista, algunos autores sostienen que la distribución y el carácter del poder militar son las principales –aunque no las únicas- causas que determinan que un contexto sea en cuestión pacifico o conflictivo (Mearsheimer, 1990). De esta manera, se justificaría la momentánea paz de los noventa no como el resultante de los reiterados juegos cooperativos, sino como un producto de las capacidades militares distribuidas no equitativamente entre los actores más relevantes del sistema, con un primus inter pares que mantenía de manera prudente la estabilidad mundial. La existencia de un Estado de mayores capacidades conviviendo de manera responsable y relacionándose armónicamente con el resto de la comunidad internacional lo habilitó para que hiciera de dicho período un contexto de consenso y baja conflictividad (debido a que un ambiente conflictivo seria contraproducente a sus intereses).

Si bien el fin de la guerra bipolar dio lugar a la discusión respecto de la nueva estructura de polaridad del sistema, los niveles de conflictividad lograron decaer debido a la rápida actitud que tomó la superpotencia vencedora.

Para algunos autores institucionalistas, los espacios de negociación y las practicas cooperativas que representan las instituciones internacionales han determinado que el orden de posguerra fría –y la consecuente preeminencia norteamericana- se constituya como estable debido al poder de auto restricción que ejercieron entidades como la ONU sobre EEUU (Ikenberry, 1998). Por otra parte, realistas como Mearsheimer sostienen que las instituciones internacionales no tienen efecto real en la arena mundial, configurándose sólo como el reflejo de la distribución del poder –ya que los Estados más poderosos siguen siéndolo en estos espacios multilaterales-, y además no cuentan con el poder suficiente para forzar a los Estados a actuar en contra de sus intereses egoístas (Mearsheimer, Hoffmann and Keohane, 1990: 197).

De estos argumentos se puede desprender que durante la década de los noventa, la relativa paz entre los Estados fue principalmente adjudicada, por la escuela liberal, a razones de cooperación y constantes negociaciones entre los jugadores de la comunidad internacional, así como a los crecientes lazos comerciales y la cantidad de regímenes democráticos que comenzaban a proliferar. Debido a ello, el rol de las instituciones internacionales ha sido percibido por parte de la academia como importante e influyente dentro de la política internacional.

Lo negativo de este aspecto idealista es que el establecimiento del contexto pacifista se ha interpretado como duradero (Wilkinson, 1999; Wohlforth, 1999) e incluso definitivo para el sistema. Muchos pensadores liberales desecharon los principios del realismo y sostuvieron que en lugar de estudiar cuestiones relacionadas con el balance de poder, aspectos militares o conflictividad, la preocupación había pasado a cuestiones propias del S XXI tales como el calentamiento global, desarrollo sustentable, economías regionales, o problemas ambientales. No se tuvo en cuenta que el realismo como escuela de pensamiento sostiene que la paz resulta del equilibrio de la distribución de poder del sistema, por lo tanto no es difícil concluir en que cualquier contexto pacifico pero unipolar no tiene manera de concebirse como una situación perpetuamente pacífica debido a la falta de balances y equilibrios entre las unidades, además de la naturaleza inherente de los Estados. Éstos, se caracterizan por ser revisionistas –es decir, que siempre intentar cambiar los dividendos de poder y obtener recursos suficientes para superar y sentirse más seguros frente a la incertidumbre que le plantean el resto de sus pares [3](Mearsheimer, 2001)- por lo que tampoco se puede confiar en una repentina desaparición de dicha características inherente a los actores en cuestión.

La creencia en lo que podríamos denominar el fin de la hipótesis de conflicto ha desaparecido en las percepciones de los grandes actores, a principios del actual siglo. Esto se debe a la consolidación de las amenazas transnacionales y la consecuente disposición de los Estados a emprender ofensivas contra otros estos actores.
Al comenzar las potencias de segundo orden con sus respectivos rearmes militares, lo que intentan es equilibrar el poder –y la amenaza- que supone EEUU, para así balancearlo y dar fin a la unipolaridad imperante; además de enfrentar otros problemas o amenazas que provengan de organizaciones terroristas o cualquier otro actor que amenace sus derechos soberanos.

De esta manera, la imagen de los EEUU dentro de la comunidad internacional transitó desde una percepción de hegemonía benevolente a una hegemonía ofensiva[4], debido al carácter de su accionar que significó el envío de tropas a la periferia de otras Potencias y cuyo primer antecedente había sido la intervención en Kosovo (Battaleme, 2008: 71).

Podemos destacar, que previo al 11-S la comunidad internacional y el resto de los poderes tenían una percepción positiva de los EEUU (Kupchan, 1998: 56-58; Battaleme, 2008: 18) constituyéndose en un hegemón benevolente, debido a su prudente actitud para con el resto de los actores del sistema. El factor cooperativo que caracterizó al período comprendido desde al posguerra fría hasta el 11-S ayudó a la consolidación de dicha percepción benigna y de un contexto más estable, pero no determinó el establecimiento definitivo de una concertación de tipo multilateral, ni mucho menos del fin de la actitud ofensiva de EEUU.


El 11-S y la emergencia de las Nuevas Amenazas del Siglo XXI: El ascenso del Terrorismo Internacional.

Si bien el concepto de nuevas amenazas ha cobrado relevancia entre los estudios de seguridad internacional a partir de los actos terroristas de 2001 y siguientes, el terrorismo no se constituye como novedad delictiva en sí misma, sino que ha existido durante la historia humana como manera de obtener fines de índole política, en la gran mayoría de los casos.

Debido a que diversos autores –académicos y estadistas por igual- han analizado el fenómeno terrorista desde distintas perspectivas (Posen, 2001; Pape, 2003; Trager & Zagorcheva, 2005; Goodwin, 2006; Abrahms, 2006), existen diferentes concepciones del término. “El uso deliberado de violencia en orden de influenciar determinada audiencia” (Goodwin, 2006), “ataques deliberados en no combatientes, con el objeto de provocar miedo e intimidación” (Nye, 2004:21) o “(La) violencia – o la amenaza de violencia – usada y dirigida en pos de lograr un objetivo político (…)” (Hoffman, 2006) demuestran que no existe una definición unívoca en relación a dicho fenómeno. Las diferencias entre los intereses de cada actor del sistema internacional no permiten llegar al consenso para lograr una sola definición. Lo que determinados Estados perciben como grupos terroristas, para otros son simplemente grupos políticos, lo cual dificulta llegar a un acuerdo.

Para el presente trabajo se ha decidido utilizar una definición difundida por las Naciones Unidas. Esto se debe al hecho de poder otorgar mayor objetividad y seriedad al trabajo.
Si bien este organismo ha adoptado 13 definiciones distintas respecto de este término (Duursma, 2008), utilizaremos la resolución A/RES/49/60 (1994). La misma concibe al Terrorismo como “los actos criminales calculados para provocar un estado de terror en el publico en general, un grupo de personas o personas particulares” (UN General Assembly, 1994; y Slaughter y Burke-White, 2002). A esta concepción, podemos agregar el daño a la soberanía estatal –lo que provoca la adopción de diversas estrategias, según lo considere el gobierno de la nación afectada- y el factor político, clave a la hora de buscar el motivo de los ataques.

Por ello, que el vocablo emergencia no hace referencia al surgimiento u origen de este tipo de acciones en sí, sino que se pretende hacer mención de la violenta manera en que los atentados terroristas comenzaron a surgir como una nueva realidad dentro del escenario internacional y a ser parte de las agendas de seguridad nacional de los distintos Estados. Con el 11-S, como punto de referencia.

Si bien EEUU ha sido víctima de diferentes atentados a lo largo de su historia –a embajadas y consulados en el extranjero, además del coche bomba en Oklahoma en 1995 y el primer atentado a las Torres Gemelas en 1993 (Clarke, 2004)- dichos ataques nunca habían puesto de manifiesto ese sentido de vulnerabilidad en el propio territorio norteamericano como sucedió a partir del 11-S (Soderberg, 2005).

En el marco teórico se ha mencionado que los intereses en pugna entre los actores del sistema internacional han dificultado hasta el día de hoy llegar al consenso para lograr una sola definición sobre el terrorismo. Lo que para algunos Estados es percibido como terrorismo, para otros son simplemente facciones con intereses políticos, grupos legales que no hacen a la criminalidad. Este es el caso del grupo Hezbollah, que si bien en el Líbano se lo reconoce como un partido político con representación parlamentaria, en Israel se lo considera un grupo terrorista[5]. Y lo mismo sucede con Al Qaeda, el cual se convirtió para EEUU en el motivo de la guerra contra el terrorismo, mientras que por otra parte –por ejemplo, en Pakistán o Palestina - civiles han celebrado los actos del 11-S y reivindicado a dicho grupo, lo cual demuestra la falta de unanimidad para establecer un único concepto que rija como parámetro a la hora de definir “terrorismo”.

En esta descripción de amenazas terroristas post 11-S cabe mencionar al grupo que se adjudicó los atentados que marcaron un punto de inflexión para los EEUU. Al Qaeda (“La base”, en su idioma original), la red de grupos (células) que buscan la instauración de una teocracia musulmana a nivel global y que están en contra de toda ideología y valores que provengan del occidente –especialmente los EEUU-, fue durante ambos ataques a los edificios del World Trade Center –en 1993 y en 2001- el artífice intelectual y material. Bajo el comando del fugitivo más buscado por el FBI, Osama Bin Laden[6], este grupo opera desde la clandestinidad, apoyado por varios individuos –e incluso gobiernos- de Medio Oriente.

Teorías recientes –visiones reflectivistas- señalan que un modo en que la periferia busca afectar o incidir en el centro de poder es a través de las prácticas criminales, en este caso haciendo alusión al terrorismo (Cox, 2003). Los grupos que operan en la ilegalidad utilizan el recurso terrorista como un arma propia de los débiles para confrontar el poder militar y de policía de los Estados poderosos, del centro mundial (Cox, 2003: 28). De esta manera, esta periferia violenta justifica su accionar como un intento para detener el avance del centro o lo que estos autores reflectivistas consideran imperio. La respuesta del realismo a este argumento es que no se puede considerar a la hegemonía norteamericana como imperial, porque las características de un imperio no se condicen con las actuales capacidades norteamericanas; si bien EEUU mantiene una brecha con el resto de los Estados, no podrá consolidarse como un imperio (Battaleme, 2008: 60-70; Fakiolas, 2007: 58).

Reacción de los grandes poderes.

A partir de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la inmediata reacción de los otros Estados fue de apoyo a la nación damnificada. No solo debido a la empatía hacia la administración Bush II ante dicha tragedia, sino que las grandes potencias también enfrentan regularmente atentados de este tipo, ya que viven estas amenazas en sus respectivos territorios. En Rusia, los separatistas chechenos intimidan a los diferentes gobiernos de turno para recuperar la porción de territorio que reclaman como propia, demandando la retirada de las tropas rusas. Los frecuentes atentados sobre la población civil – las reiteradas tomas de escuelas primarias o por ejemplo el ataque del teatro Dubrovka en octubre de 2002- permitieron que, desde el primer momento, el Kremlin se uniera a la complicada tarea de enfrentar acciones terroristas. En cuanto a China, también lidia con esta clase de grupos, en especial en al región del Xinjiang, un lugar compuesto por musulmanes en su gran mayoría, por lo cual el gobierno acusa a los uigures (etnia que se localiza en el noroeste de China) de tener lazos con la red Al Qaeda para crear un Estado denominado Turkestán Oriental (Casas, 2007). Finalmente, en lo que respecta a India, grupos terroristas provenientes de elites talibán de Pakistán amenazan cada vez más su soberanía, por lo que esta nación busca una manera de frenar los ataques sobre su población.

Inmediatamente luego del 11-S, la comunidad internacional se abocó a la tarea de elaborar en conjunto con los EEUU planes para detener dicha amenaza (Soderberg, 2005: 194-195). Pero este apoyo recibido por la comunidad internacional comenzó a decaer a medida que la actitud del único polo de poder comenzaba a distar y hacer caso omiso a las decisiones multilaterales. Como por ejemplo, las resoluciones no vinculantes de la ONU, como así también los pedidos de las naciones que no veían con buenos ojos el rumbo que estaban tomando las campañas norteamericanas, siendo particularmente polémica la invasión a Irak (2003).

Entendiendo a la ONU como un espacio multilateral - pero sin olvidar que como institución internacional es también reflejo de la distribución de poder existente, y por lo tanto, funciona gracias y en función de los intereses de los que detentan el poder- los Estados miembro decidieron no tolerar las acciones terroristas, condenándolas. Si bien desde 1994 la ONU actúa en pos de enfrentar este tipo de amenazas – a través de la resolución 49/60 (“Medidas para eliminar al terrorismo internacional”)-, es en el año 2001 que el Consejo de Seguridad estableció un Comité contra el Terrorismo[7], obligando a los Estados a “adoptar algunas medidas para prevenir las actividades terroristas y penalizar diversas formas de acciones terroristas, así como para adoptar medidas que asistan y promuevan la cooperación entre los países, incluso la adhesión a los instrumentos internacionales contra el terrorismo”[8]. De esta manera, la institución proponía un camino cooperativo que reuniera a los Estados para superar y enfrentar amenazas comunes a todos ellos, pero más aun que se constituían como la gran amenaza para los EEUU.

Podemos rescatar que el dramático ascenso del terrorismo al escenario mundial, facilitado por los avances de la globalización, ha perjudicado a la seguridad internacional y a sus unidades preponderantes: los Estados nación. Esto es porque dicho fenómeno se logró constituir como un factor determinante en las relaciones entre los Estados. El accionar terrorista hace que la retaliación del Estado afectado –EEUU- se transforme a si mismo como amenaza según las percepciones de otros Estados –Rusia, China e India en menor medida, y el resto de la comunidad internacional-. De esta manera, la acción de un actor no estatal incide en la relación entre las unidades estatales, que continúan siendo preponderantes dentro del sistema internacional.


La estrategia neoconservadora: la Guerra ofensiva contra el Terrorismo.

Desde el punto de vista norteamericano, el ataque 11-S en el propio territorio se constituyó como el factor clave que demostró que EEUU, al igual que el resto de las naciones, no es inmune a un ataque de tipo terrorista sino que es vulnerable frente a cualquier amenaza. De esta manera, este evento se constituyó como la justificación ideal para que la superpotencia hiciera uso efectivo de su vasto poder militar, en consonancia con los propósitos expansionistas de la elite neoconservadora. Para ello, la administración republicana de George W. Bush ha decidido emplear su poder militar para vencer al terrorismo.

A pesar de que la sociedad norteamericana, con sus valores idealistas, demuestra su oposición frente a los postulados de la realpolitik, la política exterior de la superpotencia ha sabido manejarse de manera pragmática, guiándose según la lógica de poder (Mearsheimer, 2001: 25-26). Como represalia al 11-S, la administración Bush II no dudó en emprender una ofensiva ambiciosa, mediante la cual pretendía luchar contra un actor relevante a partir del 11-S, oculto bajo la ilegalidad, de carácter transnacional, con sustento económico e incluso apoyado por algunos gobiernos y civiles.

Remontándonos a la administración anterior, el terrorismo se había transformado como tema prioritario para la seguridad nacional de EEUU con los ataques al World Trade Center (1993) y las embajadas norteamericanas en Tanzania y Kenia en agosto de 1998 -a manos de Bin Laden- además de otros atentados en su mayoría fuera de suelo norteamericano; pero el empeño de la administración Clinton por enfrentar prudentemente esta amenaza desapareció con la llegada del gobierno neoconservador. Los nuevos dirigentes hicieron de la cuestión terrorista un factor no relevante para sus intereses nacionales, centrándose en asuntos como el Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM), el National Missile Defense (NMD), el Protocolo de Kyoto, la creciente amenaza de China como poder en ascenso y la amenaza que les representaba Irak (Clarke, 2004: 291-296; Soderberg, 2005: 252-253). De esta manera, el tema terrorista nunca llegó a ser el tema prioritario en la agenda republicana hasta septiembre de 2001, momento en que se percibe la vulnerabilidad norteamericana.

Como se expresó anteriormente, las naciones en su gran mayoría apoyaron una declaración de ofensiva contra el terrorismo con los sucesos del 11-S (Soderberg, 2005: 276, 279-280). Pero a medida que el uso de su poder militar se volvió desmedido e irracional, el gobierno norteamericano comenzó a desviarse de los objetivos que se había propuesto. De esta manera, logró la pérdida de gran parte de los recursos de poder blando que anteriormente le habían permitido lograr apoyo por parte de los Estados más importantes, en especial la legitimidad.

En cuanto a la declaración de la guerra mundial contra el terrorismo (septiembre de 2001), ésta se apoyó sobre dos pilares fundamentales a los intereses norteamericanos: la acción preventiva y el compromiso asertivo (Fakiolas, 2007). Esto significa que, mediante la Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU (NSS) de 2002 o demás documentos, EEUU se comprometía a enfrentar el terrorismo no sólo de manera unilateral, sino que su accionar debía basarse principalmente en el ataque preventivo (Bush, 2002: 6, 15) –dado que los terroristas no son plausibles de ser disuadidos y la amenaza es inminente (Fakiolas, 2007: 69; Bush, 2002: 15, 30).

Como represalia al 11-S el gobierno emprendió lo que sería una de las primeras etapas de expansión de EEUU: la campaña en Afganistán.

Con el envío de tropas a Medio Oriente, EEUU se encargó de disputarle el poder al grupo que gobernaba en dicho Estado: los talibán, quienes además de apoyar a Bin Laden, aseguraron que responderían en caso de una ofensiva norteamericana sobre suelo afgano[9]. Debido a la existente brecha entre las capacidades entre EEUU y Afganistán, los talibán fueron desplazados del poder, por haber hecho de su país una suerte de “agujero negro donde el terrorismo podía echar raíces y proliferar”[10], amenazando la seguridad internacional. Es así como EEUU logró ganar una base clave para continuar con sus intereses estratégicos en Oriente Medio.
Como superpotencia, EEUU hizo uso de una institución que había perdido su razón de ser con el fin de la guerra fría y la disolución de la URSS: la OTAN.


Esta institución fue una herramienta más a la hora de buscar legitimidad para la acción expansiva. Inmediatamente luego de los ataques terroristas, los miembros de la OTAN decidieron invocar al artículo 5° de su carta[11]. De esta manera establecían la cuestión de la defensa colectiva, y se comprometían a cooperar con los EEUU en la lucha contra en terrorismo, declarando su participación en la misma[12], cuyo primer paso sería la Operación Libertad Duradera (Afganistán). Paralelamente, los EEUU buscaban comprometer a otros Estados a través de lazos bilaterales (GEE, 2001:3). A esto se suma el dilema de suma cero que establecía Bush frente al resto de la comunidad internacional: a menos que cooperaran con EEUU, las naciones serían consideradas bajo el eje de los terroristas; dejando prácticamente escaso margen de acción para las decisiones que tomaran los Estados (Fakiolas, 2007:68).
La primera expansión de la elite neoconservadora se corporizó a través de la Operación Libertad Duradera. Esta ofensiva contó con una alianza bastante fuerte, y, si bien se emprendió de manera unilateral, varias naciones han aportado su apoyo –aunque más que apoyo militar significó sustento político- otorgando legitimidad al accionar norteamericano. EEUU logró el aval de: la OTAN, la Alianza del Norte, y demás países como Australia, Pakistán, Nueva Zelanda, Ucrania y Georgia, entre otros[13]. La Alianza del norte logró tomar Kabul el 13 de noviembre del mismo año, instaurando el gobierno de EEUU a Hamid Karzai como nuevo mandatario. Este hecho proporcionó a los EEUU de dos elementos clave en el escenario árabe: en primer lugar, la presencia permanente de sus tropas significa mayor injerencia y control de la región; en segundo término, la superpotencia cuenta con mayor acceso a un recurso escaso -el petróleo-.

Con la presentación de la NSS, EEUU estableció: cooperar con los otros poderes del sistema internacional para poner freno a las nuevas amenazas, impedir la adquisición de armas de destrucción masiva por parte de Estados villanos, y luchar por los valores democráticos y la libertad. Dicho discurso liberal fue un recurso repetidamente utilizado por la administración para que el resto de los Estados se viera obligado a cooperar.

Reacción de las potencias de segundo orden.

En cuanto a los grandes poderes, la actitud varió según el Estado en cuestión.

Rusia decidió apoyar la guerra contra el terrorismo, básicamente, porque el gobierno talibán afgano era propicio a los rebeldes chechenos, los cuales atentan en territorio ruso. Es por eso que Putin decidió no sólo aprobar la ofensiva de manera pública sino además ofrecer armamento y fuerzas, para ayudar a la oposición afgana a derrocar al régimen del gobierno talibán[14]. Es así como podríamos hacer referencia a cierto grado de plegamiento de Rusia respecto de los Estados Unidos, en pos de obtener apoyo de la superpotencia y acabar con gran parte de los peligros para su soberanía. De esta manera, podría enfrentar una fuente importante de inestabilidad en sus fronteras (Battaleme, 2008: 39) y ganar aún más liderazgo en dicho espacio regional. Con el posterior secuestro del teatro Dubrovka en Moscú (2002) a manos de rebeldes chechenos[15], Rusia se vinculó de manera más activa en la guerra contra el terrorismo emprendida por los EEUU (Battaleme, 2008:40).

En cuanto a China, sus líderes vieron en la presencia y el activo accionar norteamericano un peligro a largo plazo (Battaleme, 2008: 39), por lo cual no demostró su apoyo como el premier ruso. Si bien Beijing también cuenta con rebeldes y problemas de separatismo, se optó por actuar de manera prudente, para no permitir la injerencia de un balanceador externo en sus áreas de influencia.

Por su parte, India apostó a la cruzada emprendida por los EEUU, porque, al igual que Rusia, el régimen talibán propiciaba la proliferación de ataques y amenazas a sus territorios (aunque en el caso de India la amenaza proviene de Pakistán). El grave atentado a su parlamento en diciembre de 2001[16] hizo que se lo reconsiderara también la cuestión terrorista. Dicha nación ha venido combatiendo el accionar terrorista desde la década pasada, pero recién con la lucha antiterrorista post 11-S ha logrado el apoyo multilateral y la cooperación del resto de la comunidad internacional[17].

Como establece Juan Battaleme, se debe hacer una distinción entre la guerra contra el terrorismo y las expansiones que significaron Afganistán e Irak. Si bien la primera de las ocupaciones se justificó a través de la búsqueda de campos de entrenamiento terroristas y el derrocamiento de los talibanes –principales auspiciantes de Al Qaeda-; la guerra de Irak constituye una más de las fases expansivas de la administración norteamericana – y la más evidente-, justificada en la existencia de armas de destrucción masiva de un Estado villano, y no como consecuencia de los ataques del 11-S. Por lo tanto, aunque Afganistán sea parte de la lucha contra el terrorismo, la guerra de Irak no lo es (Battaleme, 2008: 89).

El balance de amenazas que emprendió el gobierno norteamericano post 11-S (con la guerra de Afganistán y con la NSS como punto de partida) hizo que la propia superpotencia se convirtiese ella misma en una amenaza a los ojos de los poderes emergentes. Estas potencias no dudaron en iniciar y rearmar sus instrumentos militares para balancear principalmente el peligro, las capacidades y el poder que el hegemón ofensivo comenzaba a demostrar sobre esta región.

El siguiente punto de acción hegemónica para la administración Bush II sería la -aún no finalizada- campaña sobre Irak.


Expansión en Irak como culminación en el cambio de percepciones.

La presencia y accionar norteamericanos en el espacio asiático parecen no haberse limitado a la lucha contra el terrorismo. Las ambiciones imperiales de la elite norteamericana (Ikenberry, 2002) no se detuvieron hasta llegar a Irak.

Si bien la guerra en Irak no es parte de la guerra mundial contra el terrorismo, la NSS de 2002 había dejado traslucir las ambiciones expansionistas. La declaración de Bush que precede al documento de la NSS establece que “finalmente, los EEUU usarán este momento de oportunidad para extender los beneficios de la libertad a través del mundo” (Bush, 2002: iv) lo cual deja en claro el ímpetu de la elite neocons norteamericana en rescatar la utilidad de una situación que había puesto en riesgo su vulnerabilidad; es decir que EEUU no solo comenzaba a emprender una batalla contra sus nuevos enemigos declarados –el terrorismo transnacional- sino también contra aquellos Estados que decidiesen oponerse a sus intereses.

Siguiendo los preceptos de la escuela realista, el sistema internacional tiende al balance, es decir que las unidades tienden a buscar el equilibrio mediante la formación de alianzas contra el más poderoso –o también contra una mayor amenaza que estos Estados tengan en común- (Walt, 1985; Mearsheimer, 2005: 4; Battaleme, 2008: 35). Parece que este concepto no es tomado como un aspecto relevante para la doctrina neoconservadora, la cual posee una firme convicción de que es posible el plegamiento de toda unidad estatal a la esfera de influencia norteamericana. Es así como el hegemón ofensivo prefirió confiar en sus capacidades militares y en su tecnología RAM, para actuar de modo unilateral, sin consideración de las opiniones –adversas- del resto de los poderes (Mearsheimer, 2005: 4). Siguiendo esta línea de pensamiento, EEUU lograría que las potencias menores, amenazadas por su poderío ofensivo, decidieran plegarse a su dominación, lo cual contradice los principios teóricos realistas. A fin de cuentas, el análisis de las herramientas teóricas realistas primó sobre las expectativas y ambiciones neoconservadoras, porque los Estados comenzaron no a plegarse sino a balancear a EEUU, lo cual evidenció J. J. Mearsheimer al decir “Simply put, we live in a balancing world” (Mearsheimer, 2005: 4).

De esta manera, los lineamientos neoconservadores comenzaron a demostrar su imprudencia en el manejo de su política exterior: basándose en capacidades militares que resultaron inútiles para enfrentar la insurgencia (Mearsheimer, 2005), creencias erróneas acerca de la posible actitud del resto del sistema, y por sobre todo la firme e irrenunciable convicción neoconservadora para emprender una cruzada moral.

La segunda expansión norteamericana consistió básicamente en la culminación del cambio de percepciones que las potencias de segundo orden habían comenzado a percibir a partir de la guerra de Kosovo (Battaleme, 2008:71). Es así como los grandes poderes comenzaron a preocuparse por balancear no sólo el poder, sino la amenaza que les suponía EEUU, debido a la proximidad de las tropas norteamericanas cerca de sus fronteras, y su creciente presencia en áreas de recursos escasos –en este caso el petróleo y demás recursos energéticos-. Dicha expansión, que no contaba con el aval del resto de la comunidad internacional, fue llevada a cabo básicamente porque EEUU no contaba en ese momento con una alianza de naciones que se haya opuesto y que lo lograse balancear.

También ha de considerarse la ventaja ofensiva que vio la administración Bush II en un posible ataque sobre Irak (Battaleme, 2008). Esto se debe en parte al diferencial de capacidades, EEUU con una mayor cantidad y calidad de sus aprestos militares en relación a los de Saddam Hussein, lo cual determinó la efectiva intromisión de EEUU en aquel territorio.

A partir del accionar unilateral –esto es, luego de que EEUU decidiera no tener en cuenta los mandatos de la ONU respecto de las incursiones en el medio oriente[18], decidiendo actuar por su propia cuenta, de manera unilateral- las potencias de segundo orden reaccionaron y decidieron poner freno a su comportamiento irracional y no consensuado. En semejante contexto anárquico, sólo el poder condiciona el accionar de cada actor dentro del sistema. Por lo tanto, ni siquiera la institución considerada más relevante a nivel internacional significó una limitación a la ofensiva norteamericana. Ni la auto restricción a la que hacía referencia Ikenberry, ni el poder pegajoso que suponen las instituciones internacionales fueron un impedimento para que la superpotencia logre hacerse de más territorio bajo su control.

Al comenzar los primeros ataques sobre Irak– la entrada se realizó desde Kuwait, el 20 marzo de 2003[19]-, las grandes potencias comenzaron a expresar su desacuerdo respecto del accionar norteamericano. Por una parte, el premier ruso Vladimir Putin se pronunció en contra de tal ofensiva. Al calificar a la guerra de injustificada, clarificó su punto de vista sobre la cuestión, afirmando que los principios fundamentales del derecho internacional se verían inútiles si cada nación –refiriéndose expresamente a la actitud unilateral de la superpotencia- se regía por la fuerza y no por otros medios no militares.[20]China siguió la actitud del mandatario ruso al destacar su preocupación por la escalada militar de ese momento en el escenario asiático[21]. Dado que EEUU justificaba su futura invasión en Irak por la existencia de armas de destrucción masiva en manos de Hussein, ambas naciones optaron por apoyarse en el informe de expertos de la ONU y las resoluciones que dicha institución emitiese en cuanto a la existencia o no de armas de destrucción masiva. A pesar de que la denuncia norteamericana no se pudo comprobar, la guerra se efectuó.

Por otra parte, a pesar de la buena relación entre los EEUU e India, el gobierno de Nueva Delhi reaccionó a la par de sus vecinos en contra de la segunda fase expansiva norteamericana. Sin embargo, India se ha mantenido como aliado en la guerra contra el terrorismo debido a que necesita de la ayuda norteamericana para disuadir a su vecino y rival nuclear Pakistán, el cual paradójicamente se constituyó como aliado de EEUU en la ofensiva de Irak[22] .

La estrategia basada solamente en los elementos de poder duro no ha servido de mucha utilidad en la lucha contra el terrorismo ni en contra de Estados villanos; donde, según algunos autores como J. Nye, EEUU debería haber comenzado a utilizar el denominado smart power: una prudente mezcla de hard power –recursos militares- con soft power –recursos blandos de poder, como ser las relaciones diplomáticas, ayuda para el desarrollo y asistencia a demás naciones, programas de intercambio-, que le permitiese a la superpotencia llevar adelante una estrategia de seguridad coherente (Nye, 2006), manteniendo esa imagen benevolente de la década anterior. Con medidas de ese tipo, el respeto de la diversidad cultural por parte de EEUU hubiera generado más aliados y no resentimientos que abrieron camino a intentos para balancear su poder.

Las tentativas para impedir la invasión a Irak determinaron que las percepciones de las potencias de segundo orden respecto de los EEUU completaran su ciclo de cambio de manera definitiva. Esto es que los poderes, para el momento inmediato posterior al ataque de Irak en marzo de 2003, ya no dudaban del carácter agresivo y expansionista que representaba el liderazgo norteamericano en la arena internacional. De esta manera, la hegemonía ofensiva aclaró la situación a las potencias emergentes, para que se dignaran a balancear al imprudente y amenazante polo de poder.


Percepción de Amenaza en los Grandes Poderes: EEUU como injerencia para Rusia, China e India.

La percepción de amenaza se constituye como uno de los factores clave en las relaciones que se definen a nivel interestatal.

Balance de Amenaza es un término que surgió del clásico concepto de Balance de Poder. Éste había sido definido por Hans Morgenthau como “la búsqueda de poder, por parte de varias naciones, para intentar mantener o derribar el status quo existente” (Morgenthau, 1990: 119). Este académico lo consideraba un factor esencial para el mantenimiento de una comunidad de naciones soberanas, para lo cual los Estados recurren a dos formas para balancear los niveles de poder: por un lado, el modelo de oposición directa, y por otra parte el modelo de competición.[23]

Como alternativa a esta teoría, Stephen Walt planteó el concepto de Balance de Amenaza. Su principal premisa consiste en que el incentivo que tienen los Estados para equilibrar a otra nación no es la cantidad de capacidades que ésta posea, sino la amenaza que les representa, de acuerdo a las percepciones de cada Estado. La amenaza es definida a partir de cuatro variables, a saber: 1) poder agregado (el total de las capacidades y recursos que un Estado posea, cuanto mayor sea la capacidad agregada de un Estado, mayor su representación como amenaza hacia sus pares. Es el motivo principal para el alineamiento en contra), 2) proximidad geográfica (cuanto más cercano es el Estado, aumenta la percepción de amenaza en los otros países), 3) poder ofensivo (las capacidades ofensivas para atacar) y finalmente 4) las intenciones agresivas percibidas (las ambiciones de determinado Estado para atacar) (Walt, 1985: 9 a 13). Frente a una amenaza, Walt sostiene que los Estados tienen dos opciones viables: el Balance, es decir aliarse a otros Estados que se sienten vulnerables para hacer frente a al amenaza; o lo que se conoce como Bandwagon: aliarse al Estado que representa la amenaza, plegarse en el intento de no ser atacado.

Las cuatro variables definidas por Walt inciden en el establecimiento de las percepciones de las naciones entre sí, y de manera consecuente determinan sus respectivas políticas exteriores.

Específicamente, con el accionar norteamericano en la era post 11-S los grandes poderes han comenzado a percibir en EEUU estos cuatro elementos: 1) poder agregado: principalmente, el vasto poder militar, inalcanzable por cualquier otra potencia; 2) proximidad geográfica: si bien EEUU ya estaba establecido como balanceador off-shore, la presencia norteamericana en Asia supuso un exceso de su poder, además de que dicha presencia lo representase como nuevo competidor para los poderes de la región; 3) poder ofensivo: el inalcanzable poder militar, dados la cantidad del aparato militar norteamericano y la tecnología insuperable basada en la RAM; 4) intenciones agresivas: la decisión unilateral de invadir Irak, o los diversos emprendimientos unilaterales. En otras palabras, EEUU se logró constituir, luego de una década, como la nueva y real amenaza para Rusia, China e India.

A nivel doméstico también sufren la injerencia de grupos terroristas que afectan sus respectivas sociedades. En el caso de Rusia, los separatistas chechenos buscan la entrega del territorio ocupado por el Kremlin desde hace varios años. Respecto a China, activistas separacionistas de las regiones del Xinjiang y el Tibet amenazan constantemente su integridad territorial. Finalmente, en India se registran ataques de índole terrorista como producto de conflictos con grupos provenientes de Pakistán, cuyo gobierno no encuentra, una salida efectiva con los líderes de Nueva Delhi.

Pero volviendo al ámbito regional-internacional, además de lidiar con los actos criminales de organizaciones y redes terroristas –lo cual se constituye como un factor doméstico pero a la vez de carácter transnacional-, cada una de las potencias en cuestión percibe que la ofensiva norteamericana en Medio Oriente resulta altamente contraproducente a sus intereses. Si bien la percepción de amenaza que tiene cada Estado respecto de otro resulta un concepto intangible y difícil de medir, su dimensión se puede apreciar analizando las acciones y las conductas de las potencias de segundo orden respecto del Estado que puede representarles mayor amenaza real, en este caso EEUU (Battaleme, 2008: 20). De esta manera, consideramos útil -para evaluar el grado de amenaza que las potencias perciben de EEUU- analizar el rearme militar de dichas potencias (Sample, 1998: 157).



El Rearme Militar en los Grandes Poderes: ¿Defensa frente al terrorismo o método para balancear a los EEUU?

Battaglino define el concepto de rearme como la adquisición de armamento militar por parte de un Estado, sea para reequipar sus capacidades o actualizar y reforzar su instrumento militar. Según este autor, el factor más importante a la hora de determinar la manera en que un Estado percibe o fundamenta la adquisición de armamentos de otra nación es el tipo de paz que predomina en dicha región. De esta manera, las diferentes clases de paz[24] determinan diferentes dilemas de seguridad (Battaglino, 2008: 31).

Existen cuatro situaciones que determinan que una adquisición es un rearme: 1) cuando un Estado se encuentra en una situación de conflicto inminente, 2) cuando existe incremento de soldados, equipamientos y gastos del sector defensa, 3) si dicha compra le otorga al Estado una ventaja segura, y 4) la adopción de una doctrina militar ofensiva (Battaglino, 2008: 32).

A su vez, debe analizarse la decisión de rearme militar en relación al ambiente de seguridad que predomina en la región. En este sentido, Battaleme indica que la actitud de rearme puede tomar una de dos variantes: o bien puede tratarse de un rearme racional –tomar una posición que concuerde con el entorno, es decir que dicha estrategia de seguridad sea la actitud indicada-, o bien de un rearme subóptimo –cuando la estrategia no se condice con el ambiente, actuando de manera imprudente y reduciendo la seguridad del Estado en cuestión- (Battaleme, 2009: 9-11).
Sumado a la porción de PBI norteamericano destinado al Departamento de Defensa bajo la Administración Bush II[25] -la cual difiere con los números registrados con la Administración Clinton-, se deben destacar los cuatro factores que hacen efectivo hablar de rearme por parte de los EEUU.
En primer lugar, se encuentra la existencia de un conflicto inminente. Si tenemos en cuenta el contexto de guerra global contra el terrorismo, liderada por la superpotencia, además del deseo de querer instaurar regímenes democráticos, podemos afirmar que este elemento se cumple. En segundo lugar, el incremento de los gastos en el sector defensa se puede apreciar si tenemos en cuenta que el gasto pasó de poco más de U$S 344.000 millones en 2001 a U$S 548.531 millones en 2008[26]. Tercero, si bien EEUU siempre mantuvo una ventaja dentro de lo que Nye ha dado a llamar el tablero militar (Nye, 2004: 4), las inversiones se realizan para garantizar una aún mayor ventaja sobre sus rivales. Por último, en relación a la adopción de una doctrina militar ofensiva, podemos considerar a la Revolución en Asuntos Militares o RAM (Battaleme, 2008: 47), en conjunto con la adopción de la Defensa Nacional de Misiles o NMD (Battaleme 2008: 53) además de la idea de acción preventiva, todo lo cual quedó plasmado en el carácter ofensivo de la NSS. Si tenemos en cuenta la estrategia de la Administración Bush II, claramente se puede hablar del rearme de su defensa nacional. ¿Pero qué es lo que sucede con el resto de los poderes? Para ellos analizaremos las cuatro variables de rearme en el bloque asiático.
En primer lugar, la situación de conflicto inminente se da justamente por la intromisión de tropas de EEUU en la periferia turbulenta de Asia central, lo cual provoca inseguridad en los grandes poderes y un consecuente dilema de seguridad. Sumado a ello, el incremento de los gastos de defensa de las tres potencias se hizo notorio a partir del período 2002-2003, demostrando un crecimiento continuo hasta el día de la fecha[27]. El tercer elemento que constituye un rearme es que dicho aumento del gasto otorga ventaja sobre los rivales, lo cual ha acarreado el desarrollo en materia nuclear. Finalmente, en lo que respecta a la adopción de una doctrina ofensiva, podemos destacar varios elementos. En Rusia, el gobierno de Putin ha decidido desarrollar sus sistemas de misiles intercontinentales. Esto se debe a que, ante la falta de vastos recursos financieros, se prefieran enfatizar las capacidades disuasivas por sobre las convencionales[28]. China e India también ha optado por desarrollar la capacidad nuclear y armar sus ejércitos, de manera que les permita ganar más influencia en su propia región, y hacerle frente a las tropas norteamericanas alojadas en dicha zona[29].

Siguiendo los parámetros del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), los cuatro primeros países en realizar gastos militares en los últimos años (SIPRI, 2008) han sido Estados Unidos, China, Rusia e India. De acuerdo con este centro de investigación, el rearme no solo consiste en la producción, sino que también involucra la transferencia de armamento entre las naciones. Se debe realizar una distinción entre los casos que se están analizando: por una parte, se encuentran los máximos abastecedores y exportadores dentro del mercado mundial que son EEUU y Rusia; por otra parte China e India se sitúan como las naciones líderes en materia de recepción e importación de sistemas de armamento.

Expertos de dicho instituto explican las causas de tales transacciones: a los motivos de reemplazar y actualizar las capacidades, se suma la pretensión de hacer frente a amenazas domesticas (como lo representan los grupos separatistas y terroristas); mientras que en los países abastecedores principalmente los motivos son ganar influencia política y militar en sus clientes, y tener presencia directa.

Las cifras de las transacciones armamentistas son evidentes: a partir de la campaña emprendida por los EEUU para luchar contra el terrorismo, la percepción de amenaza en los poderes de segundo orden se ha traducido en el aumento de los volúmenes de transferencia de equipamiento militar. Esto se evidencia a partir de la tendencia creciente de las naciones respecto de la adquisición y el abastecimiento de sistemas de armas actualizados.

Entre los volúmenes de exportación, se han de considerar fluctuaciones importantes. Los EEUU no siempre se han mantenido a la cabeza de las exportaciones: si bien la brecha hacia 2001 era de 44% en relación a 17%, ese diferencial con Rusia fue disminuyendo hasta que durante el lapso 2004-2006 la relación se invirtió, y Rusia pasó a exportar 32% mientras que EEUU solo el 30%[30]. Se podría pensar que si bien los sistemas de armas norteamericanos tenían destinos ya determinados por las campañas militares emprendidas por su gobierno, Rusia comenzó a incrementar su producción, tanto para su propio abastecimiento como para sus clientes regionales y extra regionales.
En cuanto a las importaciones mundiales de armas, China e India mantuvieron sus posiciones como primer y segundo receptor respectivamente[31]. Este hecho manifiesta la evolución de las inversiones para el plano militar, a partir del 2002 en adelante. Con el 11-S y demás conflictos posteriores se pudo observar un aumento en los gastos de defensa de los actores más relevantes del sistema, aunque no alcanzando aún los números propios de la Guerra Fría (Golde y Tishler, 2004: 676).
Asia y Medio Oriente se pueden considerar zonas altamente inestables, más aún a partir de la guerra de Afganistán, por lo que existe un correlato entre el contexto regional y la consecuente decisión de rearme de dichas potencias. De este modo, los rearmes de Rusia, China e India se constituyen como rearmes óptimos debido a que estas medidas incrementan la seguridad de estas naciones frente a una periferia turbulenta (producto de los conflictos de separatismo posguerra fría, terrorismo, tráfico de drogas, contrabando de armas, siendo todos estos factores influyentes para dicha periferia turbulenta).

Dejando de lado las cifras, el rearme es un hecho evidente: el interés de las potencias de segundo orden en reformar, actualizar e incrementar sus respectivos instrumentos militares plantea que dichas naciones han comenzado a adoptar una nueva estrategia, una nueva visión respecto del sistema internacional, en la cual la amenaza latente y más importante –aunque no única- proviene del polo de poder y de su accionar ofensivo. Sin embargo, esto no significa que mediante el rearme militar le declaran la guerra a los EEUU, pero si demuestra el grado de percepción de amenaza que tienen de Washington.

Sumado a estas estrategias para balancear a EEUU, los poderes también han recurrido al balance blando (Pape, 2005) por medio de elementos no militares. En este sentido, pretenden frenar el accionar norteamericano oponiéndose a las propuestas del gobierno de EEUU en instituciones como la ONU -más específicamente ejerciendo estas potencias su poder de veto en el Consejo de Seguridad- o provocando tensión en la OTAN. A su vez, el desarrollo económico les permite establecer más lazos comerciales con otras regiones, China invierte y ayuda financieramente al continente africano[32], lo que, sumado a su amplia participación en cuerpos de paz, le permite ganar influencia extra regional. Rusia se vincula estrechamente con naciones como Venezuela[33] o Cuba, no sólo en materia comercial sino en cuestiones de defensa. India también adquiere relevancia mundial a través de negociaciones con otros Estados que lo reconocen como potencia nuclear y tecnológica.

Es por esto que la decisión de rearmarse se adopta no tanto para hacer frente a los problemas de terrorismo que sufren en sus territorios, porque dichos poderes han venido sufriendo este tipo de amenazas desde antes del 11-S, sino que buscan equiparar el desmedido accionar norteamericano que en el escenario asiático comienza a incrementarse, el cual se constituye como el máximo peligro para los intereses nacionales de las potencias de segundo orden.



El doble Dilema de Seguridad.

Teniendo en cuenta que el Dilema de Seguridad[34] es la medida en que un Estado, al incrementar su seguridad, produce una baja en la seguridad de los otros Estados (Mearsheimer, 2001: 36); entenderemos a la seguridad como un elemento relacional, y objeto de una competencia o juego de suma cero. Surge a raíz de la inseguridad percibida entre dos o más Estados, en un círculo vicioso de competencia por lograr sentirse con mayores niveles de seguridad.

Si bien no tenemos en cuenta a la guerra como resultado posible de la interacción entre estas unidades westfalianas, el cambio en las percepciones de las potencias emergentes ha dado lugar a un espacio caracterizado por conflicto de intereses.
En relación a los grandes poderes, se puede afirmar que el caso de ofensiva antiterrorista encabezada por la superpotencia despertó en los gobiernos de dichas naciones cierta desconfianza respecto de la injerencia que representa la presencia norteamericana en sus respectivas esferas de influencia. Sumado a este factor, cabe destacar la posibilidad de conflicto entre los poderes emergentes, por la disputa que supone el futuro e incierto liderazgo de la región asiática.

Los dos dilemas que se desencadenan en la región demuestran el cambio de escenario internacional, siendo el espacio asiático el próximo teatro en el que la lucha por el poder mundial ha comenzado.

Primer Dilema de Seguridad: Rusia, China e India versus Estados Unidos.

Este primer dilema corresponde al plano regional-internacional. Los intereses de las partes que entran en conflicto son: por un lado, el mantenimiento de la estructura unipolar y de la brecha con el resto de los países por parte de los EEUU; frente a los intentos de balance y la búsqueda de multipolaridad por parte de los grandes poderes.

En este sentido, frente a la presencia de tropas norteamericanas en la región, Rusia, China e India han decidido unirse en lo que los medios indios han denominado el “triángulo estratégico”. La reunión en Vladvostok en junio de 2005 fue el indicio más explícito de que dichas potencias buscaban unirse frente a amenazas comunes; el argumento esgrimido consistió en que los representantes de dichos Estados buscaban enfrentar la desestabilización de Kyrgyzstán y Uzbekistán en Asia central. Según sus propios protagonistas dicho bloque “no busca pelear con nadie”, haciendo alusión a que determinada unión se puede erigir como un medio factible para equilibrar el poder norteamericano, pero que esa no es la intención de sus miembros. A pesar de los pronunciamientos, el acuerdo entre Rusia, China e India es un peligro evidente para los intereses unipolares de EEUU: el crecimiento asiático de los últimos tiempos, los recursos energéticos bajo control ruso, además de que las tres naciones tienen –en conjunto- una población que representa el 40% del total mundial y el 20% del PBI también mundial[35], hacen que este centro de poder que se construya como verdaderamente amenazante para el poderío norteamericano.

Es así como la relación entre los poderes respecto de EEUU se ha mantenido tensa, y ello se evidencia en las múltiples oposiciones que Rusia y China declaran contra decisiones norteamericanas en el Consejo de Seguridad, así como en el marco general de la ONU y también en la OTAN, espacio multilateral que entró en crisis con la oposición de diversos Estados frente al accionar de EEUU en la expansión en Irak (Battaleme, 2008: 94).

Segundo Dilema de Seguridad: Desbalance del escenario asiático y la competencia por el liderazgo entre Rusia, China e India.

Pensar que las tres naciones han decidido unirse incondicionalmente frente a la injerencia de EEUU en la región, sin tener en cuenta las ambiciones propias de cada uno de estos actores, en tanto unidades racionales, es ingenuo. La alianza que representan las reuniones entre los ministros de los respectivos países demuestra cooperación frente a una amenaza, pero no es sinónimo de unidad. Es decir, aunque en el primer dilema Rusia, China e India posean los mismos objetivos (deshacerse de la presencia de EEUU en Asia) y estos fines no entren en conflicto entre sí, esto no asegura una relación eterna de unión. En este segundo dilema, aunque las metas sean las mismas (convertirse en líder regional) se produce un choque de intereses, que se dan en términos de suma cero. Esto significa que si una de las naciones en cuestión logra hacerse de la hegemonía regional, las otras inevitablemente no podrán ocupar esa misma categoría, solo podrán hacer todo lo que sus capacidades permitan para desplazar al poder que detente el primer lugar.

Por otra parte, dadas las capacidades en ascenso de cada una de las potencias, las tres tienen posibilidades de lograr el liderazgo asiático. Sumado a ello, en una región que está cobrando relevancia internacional luego de siglos de haber sido relegada a un último plano, el accionar revisionista[36] –es decir, que buscan cambiar el status quo- de dichas naciones está a la orden del día.

Mientras tanto, este segundo dilema presenta un solo beneficiario. EEUU, en tanto sea prudente y sepa aprovechar la situación, podrá seguir manteniendo cierta ventaja sobre los grandes poderes, aunque el destino del sistema sea que las unidades entrarán inevitablemente en un proceso de balance.



Consideraciones finales.

A modo de conclusión, el primer punto a destacar es el cambio de la imagen y legitimidad norteamericana, tomando como punto de inflexión el 11-S (o mejor aún la respuesta militar de la administración Bush II al 11-S). Si bien en el período comprendido entre el fin de la guerra fría y septiembre de 2001 EEUU era percibido por el resto de la comunidad internacional como el hegemón benevolente, el abuso de poder de la elite neoconservadora a partir de los ataques al Pentágono y al World Trade Center supuso un cambio que transitó a una hegemonía de tipo ofensiva, porque EEUU pasó a convertirse en una amenaza para las grandes potencias. Esto, principalmente, fue debido a su accionar ofensivo sobre Medio Oriente y Asia Central –el patio trasero de Rusia, China e India- en pos de enfrentar el terrorismo global; sumado a las ambiciones expansionistas de la elite neoconservadora.

En segundo lugar, corresponde hacer referencia a que el 11-S supuso que un grupo terrorista, es decir un actor que opera bajo la sombra de la ilegalidad, haya logrado influir en las percepciones de los actores más importantes del sistema internacional. El 11-S no sólo demostró el brusco ascenso de este tipo de accionar criminal sino que se logró constituir como un elemento de gran importancia para las relaciones interestatales. De ahí que el terrorismo se configure como una amenaza importante para la seguridad internacional.

Por otra parte, la guerra global contra el terrorismo, declarada por el gobierno de EEUU, pretendió determinar las políticas de los grandes Estados del sistema, intento norteamericano que en sus últimas fases fracasó. Esto fue, en parte, debido a que su actitud arrogante no sólo no permitió el plegamiento del resto de los actores del sistema internacional a sus órdenes, sino que provocó que las naciones establecieran diferentes estrategias para equilibrar su poder. Sumado a ello, las grandes potencias reaccionaron frente al peligro que comenzaba a suponer el poderío de EEUU y decidieron balancear la amenaza que a sus intereses nacionales constituía la intromisión de la superpotencia en el espacio asiático.

La ofensiva estadounidense demostró una actitud expansionista por parte de la administración neoconservadora. Atacando inmediatamente a Afganistán –justificación de guerra contra el terrorismo mediante- para luego seguir con Irak –la justificación en este caso era la existencia de armas de destrucción masiva y la necesidad de exportar de democracia a dicho país-, EEUU perdió toda legitimidad y recursos de Soft Power que había logrado adquirir con la prudencia de las administraciones anteriores. Si bien en la primera de las ofensivas EEUU logró el apoyo de gran parte de la comunidad internacional, la elección de Irak demostró el interés norteamericano de controlar o estabilizar una periferia contraproducente a sus intereses. Además hay que sumar los recursos que posee dicha región, cuestión relevante a la hora de definir que el Estado que posea bajo su control semejantes territorios incrementa, a su vez, los recursos de su poder nacional.

En quinto lugar, las estrategias de balance de los grandes poderes consistieron en varios medios, como ser el balance blando, el crecimiento económico, negociaciones con otras regiones o demostrar oposición diplomática en espacios multilaterales – Consejo de Seguridad de la ONU, e incluso en la OTAN. Pero principalmente, estos poderes se abocaron a la tarea de desarrollar sus capacidades militares, incrementando las inversiones en sus sectores de defensa nacional. En particular, esto permitió el énfasis de sus capacidades nucleares, debido a que representan un medio efectivo en caso de querer disuadir a EEUU. Los gastos militares se vieron ampliamente incrementados, aunque no se lleguen aún a los números propios del período de Guerra Fría.
De este modo, más que concebirse para enfrentar la amenaza terrorista, el rearme militar en los grandes poderes se lleva a cabo para frenar el accionar unilateral de los EEUU justificado en la guerra contra el terrorismo. Si bien sufren el accionar terrorista de diversos grupos, la mayor amenaza que perciben estas naciones es la ofensiva norteamericana y el rol de protector mundial y exportador de democracia y valores liberales que se adjudicaron los EEUU en el escenario internacional. Las estrategias y programas militares han sido proyectados a raíz de la vulnerabilidad que estas naciones comenzaron a percibir frente a los EEUU, aún más que frente al terrorismo. De esta manera, se desencadena el primer dilema de seguridad (Rusia, China e India versus EEUU).

Por otro lado, la multipolaridad del espacio asiático significa una región altamente conflictiva para el futuro próximo, debido a la búsqueda de poder por parte de los tres Estados revisionistas. Los mismos esperan disminuir la intromisión de EEUU en Asia. Pero aunque se trate de un deseo compartido, las tres potencias no actúan de manera cooperativa. Es así como surge un desbalance regional en Asia. Este es el segundo dilema de seguridad, que se manifiesta entre las potencias emergentes (Rusia versus China versus India).

Ambos dilemas de seguridad demuestran que el nuevo escenario internacional será representado por el espacio asiático, en el cual será interesante apreciar la competencia por el poder que se lleve a cabo entre los poderes regionales y la superpotencia.

Finalmente, cabe destacar que -como parte de las nuevas amenazas- el terrorismo se consolidó como influencia para las conductas de los Estados-nación, de una manera realmente efectiva. Si bien la configuración westfaliana de Estado nación continúa siendo el único actor relevante cuyas decisiones y acciones moldean las relaciones internacionales, el fenómeno transnacional que suponen los grupos terroristas ha marcado profundamente el teatro internacional en la era post 11-S. De este modo, el terrorismo ha influenciado en las percepciones que los Estados tienen entre sí, incentivando el rearme militar entre los mismos.

El terrorismo comenzó a constituirse entonces como amenaza a los grandes poderes, no como amenaza directa en si –porque ya lo era desde antes del episodio 11S- sino por la dimensión que logró adquirir la contraofensiva norteamericana a partir de dicho ataque, como injerencia de EEUU a los territorios de otros poderes. Estas potencias, a partir de dicha contraofensiva, también han decidido movilizarse. El establecimiento de un mundo maniqueo por parte de la administración republicana hizo que las naciones del sistema internacional en lugar de no refutar las decisiones de los EEUU (por miedo a ser consideradas bajo el “eje del mal”, junto con Corea del Norte, Irán e Irak previo al derrocamiento del régimen de Hussein) actuaran de manera totalmente contraria a las expectativas neoconservadoras, a modo de balancear al poderío de EEUU.

Es por ello que la ofensiva de EEUU al 11-S y el consecuente cambio en las percepciones de Rusia, China e India han dado lugar a un proceso de rearme militar de estas potencias. Dicha estrategia es la que habilita a las naciones a balancear, percepción de amenaza mediante, el poder de los EEUU. Y por qué no, en un futuro próximo, a ellas mismas.


Citas.


[1] En cuanto a este último aspecto, Rusia, China e India conforman –junto con Brasil- el BRIC. Este conjunto de naciones ha demostrado un crecimiento económico sin precedentes, estableciéndose como actores vitales en la economía mundial


[2] Estas capacidades y recursos son los nueve elementos que hacen al Poder Nacional (aunque Buzan sólo se refiere a la acumulación de los elementos tangibles): Geografía, Recursos Naturales, Capacidad Industrial, Aprestos Militares, Población, Carácter Nacional, Moral Nacional, Calidad de la Diplomacia y Calidad del Gobierno. Morgenthau, H. Política entre las Naciones: la lucha por el poder y la paz. Buenos Aires, Ed. GEL, 1985, pp. 143 a 189.


[3] De acuerdo con Mearsheimer, existen cinco factores que determinan, en conjunto, las acciones ofensivas de cada Estado: 1.anarquía sistémica, 2.posesión de determinada capacidad militar ofensiva, 3.incertidumbre respecto de las reales intenciones de los otros Estados, 4.supervivencia como el objetivo primordial de las naciones, y 5.racionalidad. Estas variables concluyen en: miedo, autoayuda y maximización de poder; de esta manera cada Estado tiene, por naturaleza, incentivos para actuar ofensivamente en relación a sus pares. Mearsheimer, J. The Tragedy of Great Power Politics, University of Chicago. Chicago, Norton & Company, 2001, pp. 29-32.


[4] Si bien algunos autores se refieren a la imposición de una hegemonía beligerante (Ver: Battaleme, J. Un Mundo Ofensivo. Bs As, Temas-UADE, 2008, p. 19), en el presente trabajo se utiliza el concepto de hegemonía ofensiva. Esto es no sólo para marcar una diferencia respecto de análisis previos, sino principalmente para enfatizar el carácter ofensivo del accionar norteamericano; porque la superpotencia no solamente se vio inmersa en una guerra como parte beligerante, sino que es debido al énfasis y espíritu de cruzada determinado por EEUU que se configura a sí mismo como un rival amenazante en las percepciones de los grandes poderes.


[5] Datos recogidos de: "La información de la SIDE proviene del Mossad israelí", Diario La Nación, 05/09/2004: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=633586 , link visitado el día 03/04/2009.


[6] Sitio oficial del FBI-Federal Bureau of Investigation, visitado el 4 de abril de 2009: http://www.fbi.gov/wanted/topten/fugitives/laden.htm .


[7] Según resolución 1373.



[9] “Talibanes defienden a Bin Laden”, BBC Mundo, 14/09/2001 , link visitado el 23/05/2009: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/news/newsid_1544000/1544000.stm


[10] “¿Qué sigue para Talibán?”, BBC Mundo, 17/09/2001, link visitado el día 23/05/2009: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/specials/newsid_1548000/1548724.stm


[11] El mismo establece que en caso de ataque a cualquiera de sus partes, hay lugar al derecho de legítima defensa individual o colectiva, “adoptando seguidamente, de forma individual y de acuerdo con las otras partes, las medidas que juzgue necesarias, incluso el empleo de la fuerza armada, para restablecer la seguridad en la zona del Atlántico Norte”. http://www.nato.int/docu/other/sp/treaty-sp.htm


[12] Grupo de Estudios Estratégicos. “La crisis de la OTAN tras el 11-S”, Madrid, 16 de noviembre de 2001: http://www.gees.org/pdf/16/



[14] “Putin anuncia su apoyo a los Estados Unidos”, BBC Mundo, 25/09/2001, http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/news/newsid_1561000/1561828.stm.


[15] “Los chechenos matan a una mujer y lanzan un ultimátum”, Clarín, viernes 25 de octubre de 2002, págs. 26-28; “Gas mortal y 140 muertos en la liberación de los rehenes”, Clarín, domingo 27 de octubre de 2002, págs. 30-33.


[16] “Terrorists attack Parliament; five intruders, six cops killed ”, Diario Rediff, December 13, 2001: link visitado el 23/05/2009 http://www.rediff.com/news/2001/dec/13parl1.htm


[17] “India and the War on Terror”, The Hindu, September 12th, 2003. Link visitado el día 23/05/2009: http://www.hinduonnet.com/2003/09/12/stories/2003091201571000.htm


[18] “Annan pidió a EE.UU. e Irak que respeten las leyes humanitarias”, Clarín, edición digital, 20/03/2003: http://www.clarin.com/diario/2003/03/20/um/m-533263.htm Visitado el 24/03/2009.


[19] “La guerra”, Clarín, suplemento especial. Buenos Aires, domingo 13 de abril de 2003.


[20] “Putin: 'Esta guerra es injustificada e inútil' ”. Clarín, edición digital, 20/03/2003, link visitado el día 24/03/2009: http://www.clarin.com/diario/2003/03/20/um/m-533255.htm


[21] “Irak: China y Rusia contra la guerra”, BBC Mundo, 23 de enero de 2003. Página visitada el 24/05/2009: http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/news/newsid_2686000/2686741.stm


[22] “India y la guerra de Irak”, Diario El siglo de torreón, México, edición digital, 05/04/2003 (visitado el 03/06/2009) : http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/26400.india-y-la-guerra-en-iraq.html


[23] El Modelo de Oposición Directa consiste en contrarrestar la política imperialista de un Estado (Estado A) a través de la implementación de una política imperialista propia (Estado B). En cambio, el Modelo de Competición se caracteriza por el rol de un pequeño Estado (C). Si el Estado imperialista (A) logra anexarlo la independencia del Estado C estará en peligro, pero si el Estado status quoista B logra mantenerlo fuera de la esfera de influencia de A, logrará que A abandone su política imperialista, o bien que busque un nuevo objetivo. Morgenthau, H. Escritos Sobre política internacional. Madrid, Tecnos, 1990, pp. 127 a 133.


[24] El autor hace referencia a dos contextos pacíficos: Paz Negativa (la cual se subdivide en Paz Frágil, Inestable y Fría) en la que es constante la percepción de amenaza; y la Paz Positiva (subdividida en Paz Estable y Comunidad de Seguridad) en la cual dicha percepción es débil o inexistente. Battaglino, Jorge. “Palabras mortales: ¿Rearme y carrera armamentista en América del Sur?”, en Nueva Sociedad, Nº 215, mayo-junio 2008, pp. 27-28.


[25] Ver anexo I (gasto militar de EEUU y demás poderes durante período 2001-2008, de acuerdo a SIPRI).


[26] Ibidem.


[27] Ibidem.


[28] “Russian military, fighting to reform”, ISN, Center for Security Studies, ETH Zurich, Switzerland, 18/08/2008 (sitio visitado el 17/10/2008): http://www.isn.ethz.ch/isn/Current-Affairs/Security-Watch/Detail/?ots591=4888CAA0-B3DB-1461-98B9-E20E7B9C13D4&lng=en&id=90105; “Russia's trigger strategy”, ISN, 12/09/2008 (visitado el día 20/10/2008): http://www.isn.ethz.ch/isn/Current-Affairs/Security-Watch/Detail/?lng=en&id=91337.



[30] Ver anexo II


[31] Ibidem.


[32] “China's charm offensive”, ISN, 20/08/2007, sitio visitado el día 06/06/2009: http://www.isn.ethz.ch/isn/Current-Affairs/Security-Watch/Detail/?id=53635&lng=en


[33] “Russia-Venezuela deal may harm S America”, ISN, 03/08/06, visitado el 06/06/2009: http://www.isn.ethz.ch/isn/Current-Affairs/Security-Watch/Detail/?id=52279&lng=en.


[34] El concepto de Dilema de Seguridad fue acuñado por John Herz y Herbert Butterfield hacia 1950 (Collins, 2004 y Roe, 2005) y desarrollado especialmente por Charles Glaser y Robert Jervis. Herz concibe al dilema como una situación que obliga a los actores a disputarse la obtención de mas poder en ese contexto anárquico, lo que los hace entrar en un circulo vicioso de seguridad y acumulación de poder (Roe, 2005). Butterfield remarca la incertidumbre sobre las intenciones del otro actor, cualidad propia del Estado de naturaleza hobbesiano.
Robert Jervis señala que el problema de la política internacional es el dilema de seguridad, el cual define como el empleo de los medios que un Estado considera adecuados para tratar de aumentar su seguridad y disminuir la seguridad de los demás (Jervis, 1978: 169) por lo cual la ganancia de un Estado significa inevitablemente la pérdida de seguridad de los demás (Jervis, 1978: 170). Alan Collins define la esencia del dilema de seguridad como “una situación en la cual puede surgir una guerra entre dos o más participantes que no deseaban llegar a dicho conflicto”, es decir que ocurre sin necesidad de un Estado revisionista (Collins, 2004: 28). Ver: Collins, Allan. “State-induced Security Dilemma”, en Journal of the Nordic International Studies Association (vol.39, N°1, 2004).

[35]“China, India and Russia join forces to boost security”, China Daily, 02/06/2005, http://www.chinadaily.com.cn/english/doc/2005-06/02/content_448034.htm; “The third among the equals”, Kommersant, 03/06/2005: http://www.kommersant.com/page.asp?id=582650; ambos sitios visitados el día 03/06/2009.


[36] En relación al accionar revisionista, según Mearsheimer (2001) existen cinco factores que determinan, las acciones ofensivas de cada Estado: 1.anarquía sistémica, 2.posesión de determinada capacidad militar ofensiva, 3.incertidumbre respecto de las reales intenciones de los otros Estados, 4.supervivencia como el objetivo primordial de las naciones, y 5.racionalidad. Estas variables concluyen en: miedo por parte de los Estados, autoayuda y diversos intentos para la maximización de poder. De esta manera cada Estado tiene, por naturaleza, incentivos para actuar ofensivamente en relación a sus pares (Mearsheimer, 2001: 29-32). De modo que, una vez que la amenaza de EEUU en Asia pase a segundo plano, los poderes se concentrarán en reaccionar ofensivamente frente a sus propios vecinos. Ver: Mearsheimer, J. The Tragedy….op cit.