miércoles, 21 de marzo de 2012

El giro pro-occidental de la RPCh de 1972.

En 1969 – luego de una década de rivalidad política y diplomática hacia dentro del bloque comunista – la URSS y la RPCh se enfrentaron en un breve y limitado conflicto militar fronterizo. Si bien no se escaló hacia a una guerra total, el choque militar puso en jaque la seguridad nacional y la viabilidad del régimen político de Beijing. Este temor se fundamentaba en la percepción de los dirigentes políticos chinos, quienes estimaban que – de estallar una nueva guerra – Moscú buscaría la derrota total de China, el derrocamiento de Mao Zedung y la instauración de un gobierno títere como aquellos que pululaban en Europa Oriental. Además de las intenciones, los estadistas chinos calculaban que el balance de poder les resultaba muy desfavorable. En una guerra total, la Unión Soviética podría desplegar su enorme poderío militar y tendría grandes posibilidades de ganar.

Evaluando que su situación estratégica era crítica y que no podrían ganar una guerra contra la URSS, Mao decidió acercarse de manera más decisiva a Estados Unidos. De esta forma, en 1971 Henry Kissinger – en su calidad de asesor de Seguridad Nacional – visitó Beijing y se encontró con el premier Zhou Enlai – el Nº 2 de China –. El encuentro se mantuvo en secreto, buscó crear las bases para el establecimiento de relaciones diplomáticas y resultó fructífero. Como principales resultados pueden enumerarse: En primer lugar, el reconocimiento estadounidense hacia Beijing como único y legítimo gobierno de China (cuando hasta entonces se reconocía a Taipei). En segundo lugar, se conceptualizó a la URSS como una amenaza, se expresó el rechazo a sus intenciones hegemónicas sobre Asia Pacífico y se dio a entender que Washington no se quedaría de brazos cruzados si Beijing llegase a ser agredido por Moscú; estableciéndose así una alianza informal. Y en tercer lugar, se anunció que al año siguiente Richard Nixon visitaría el país.

Consecuentemente en febrero de 1972, Nixon arribó a China y fue recibido por Mao. Del diálogo entre ambos mandatarios, el punto más importante fue el mutuo acuerdo de no “taiwanizar” las conversaciones. Por entonces, ambas partes se encontraban preocupadas por el avance de la Unión Soviética y entendían que debatir sobre el status de la isla podría estancar la relación bilateral. Como resultado de las conversaciones se presentó el denominado “Comunicado de Shangai”, el cual estableció las reglas de juego para la relación y se caracterizó por su ambigüedad en cuanto a la situación de Taiwán. Esta ambigüedad les permitió a ambas partes incrementar su interacción y sus vínculos sin recaer constantemente en la problemática de la isla. El acercamiento resultó beneficioso para ambas partes: EE. UU. ganó un aliado estratégico en su contienda global contra la URSS. Por su parte, la RPCh obtuvo el reconocimiento diplomático de EE. UU. (efectivo a partir de 1979) y, por consiguiente, de otras democracias occidentales. También se hizo con el asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y le hizo saber a Moscú que no tendría la certeza de una victoria rápida y decisiva sobre ellos en caso de guerra.

Fue en este contexto cuando Argentina y China establecieron relaciones diplomáticas un 15 de febrero de 1972. El acercamiento sino-argentino puede explicarse – principalmente – desde una perspectiva pragmática y no ideológica. Por entonces, el presidente de facto era el Gral. Lanusse, quien notoriamente contrastaba con Mao. Siguiendo una perspectiva pragmática, desde Buenos Aires el acercamiento a Beijing se entendía en función de tres objetivos. 1) Cumplir con los lineamientos estadounidenses en el marco de la Guerra Fría. 2) Ganar el apoyo de China en relación al tema Malvinas. 3) Hacerse con concesiones comerciales en la todavía cerrada economía China.

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